He comprendido que no soy una respuesta cerrada, sino una pregunta en movimiento. No soy un punto final, sino una coma viva entre lo que he sido y lo que estoy siendo. Tal vez por eso elegí el mar y navegar a vela, como forma y como metáfora de vida: porque el mar no se detiene, no se deja atrapar, y aun así, tiene dirección.
He recorrido muchas millas, he vivido transformaciones profundas, y sin embargo sigo sintiendo que lo esencial aún está por desplegarse.
Hoy soy un hombre que ha aprendido a escuchar el viento interior, que ha cambiado el ruido por la calma y que ha descubierto que ayudar a los demás es también una forma de salvarse uno mismo.
He estudiado Marketing, Psicología, Filosofía, Mindfulness y aprendido entre cientos de libros, mentorías y convenciones pero no me defino por mis títulos ni por mis logros, sino por la intención con la que vivo cada día.
Me mueve el deseo de ser mejor persona, de comprender más, de amar mejor.
Estoy aprendiendo a ser libre, no como un destino final, sino como una forma de viajar. Con coraje para navegar contra corriente cuando hace falta, con humildad para dejarme guiar por las mareas de la vida, y con gratitud por cada puerto, cada ola, cada naufragio y cada salvación.
Si algo he aprendido es que uno no se encuentra a sí mismo encerrado en una idea, sino desplegado en el acto de vivir. Soy mi barco y también su capitán.
Soy mis hijas, mi mujer, mis sueños, mis heridas y mis meditaciones. Soy la voz que guía y el silencio que escucha. Soy, sobre todo, un ser humano en proceso, dispuesto a seguir navegando con el corazón abierto y el timón firme.
Y mientras haya mar, habrá rumbo.